En muchas oportunidades, acatando el invaluable consejo recibido de un apreciado profesor y que hago extensivo a Uds. apreciados lectores, entro a cualquier librería que se cruce e mi camino para dar un vistazo a todas las estanterías, lo cual es comparable con entrar a una hipotética excavación arqueológica, en la que por el paso del hombre se encontraran montones de basura rodeando extraordinarios tesoros de la civilización humana.
En esas emocionantes inspecciones es muy posible, por no decir que seguro, que hallaremos joyas de cuya existencia no teníamos conocimiento, lo cual nos causará la gratificante sensación de descubrir un oasis en el desierto, en virtud del dudoso material que con seguridad rodeará nuestro fantástico hallazgo.
La rudeza de esta metáfora radica en mi indignación ante la total normalidad con la que en estos establecimientos son confundidos conceptos totalmente disímiles, síntoma inequívoco de la pobreza intelectual que aqueja a las sociedades modernas, en las cuales el más mínimo interés en conocer en profundidad algún tema serio, estigmatiza a cualquier mortal con el fatídico vocablo anglosajón de Nerd.
Esta lamentable y contagiosa mezcolanza se hace patente en la clasificación que se hace de los libros en los establecimientos que los expenden, así como en el absoluto desconocimiento de los dependientes de dichos comercios, sobre lo que debería ser su pan de cada día.
Ante el escenario que expongo ocurren barbaridades como encontrar libros de astronomía y de astrología conviviendo, tanto en anaqueles como conceptualmente en la mente de los vendedores, sugiriendo el exabrupto de que tratan temas similares y desde la misma perspectiva. También es de común ocurrencia que las obras sean clasificadas, en cuanto a temática, de la manera en que el retorcido criterio de algunos encargados de tiendas dicte, obteniéndose resultados tan monstruosos como conseguir libros de la siempre sobrevaluada homeopatía en secciones de medicina, libros de Carl Sagan en áreas dedicadas a la Ciencia Ficción (y no hablo de su novela Contacto), y pasquines donde un señor cuenta como hacerse millonario en dos semanas, dispuestos flamantemente a la entrada del local y señalados como lectura obligada de cualquier ejecutivo exitoso, mientras es usted quien engrosa la cuenta del pretendido experto comprando el sospechoso folleto, que más bien pareciera ser un claro ejemplo del método pseudocientífico propuesto por un servidor en la entrada anterior.
Las aterradoras estructuraciones de las librerías contemporáneas, son lamentablemente apuntaladas por la deplorable atención brindada por los empleados, que lejos de poseer un conocimiento básico sobre lo que tratan cada uno de los textos, o al menos los más importantes, son autómatas que responden a consultas sobre autores o títulos con búsquedas en su sistema de inventarios o abominables preguntas como “¿ese señor Hawkins tiene algún otro libro que usted sepa?”. Lo anterior está aunado a enredos conceptuales imperdonables que podrían causar graves problemas a lectores jóvenes, pues un chico buscando un sencillo libro que trate a un nivel básico de astronomía o dinosaurios, puede salir con un ejemplar de cualquier propuesta de ficción infantil “Best Seller” del momento, dada la sugerencia desquiciada del adoctrinado vendedor, aun cuanto no le aporte ni una pizca de hechos a su criterio en formación.
Imagine usted que el dependiente de una farmacia le diese un laxante indicando que tendrá efectos equivalentes a un analgésico, o que le recomendase una hierba que cura la conjuntivitis y el pie de atleta al mismo tiempo, según la aseveración de su tía Yeya… ¿no cree usted que estaría ante la aterradora estampa de la ineptitud hecha carne?.
En esas emocionantes inspecciones es muy posible, por no decir que seguro, que hallaremos joyas de cuya existencia no teníamos conocimiento, lo cual nos causará la gratificante sensación de descubrir un oasis en el desierto, en virtud del dudoso material que con seguridad rodeará nuestro fantástico hallazgo.
La rudeza de esta metáfora radica en mi indignación ante la total normalidad con la que en estos establecimientos son confundidos conceptos totalmente disímiles, síntoma inequívoco de la pobreza intelectual que aqueja a las sociedades modernas, en las cuales el más mínimo interés en conocer en profundidad algún tema serio, estigmatiza a cualquier mortal con el fatídico vocablo anglosajón de Nerd.
Esta lamentable y contagiosa mezcolanza se hace patente en la clasificación que se hace de los libros en los establecimientos que los expenden, así como en el absoluto desconocimiento de los dependientes de dichos comercios, sobre lo que debería ser su pan de cada día.
Ante el escenario que expongo ocurren barbaridades como encontrar libros de astronomía y de astrología conviviendo, tanto en anaqueles como conceptualmente en la mente de los vendedores, sugiriendo el exabrupto de que tratan temas similares y desde la misma perspectiva. También es de común ocurrencia que las obras sean clasificadas, en cuanto a temática, de la manera en que el retorcido criterio de algunos encargados de tiendas dicte, obteniéndose resultados tan monstruosos como conseguir libros de la siempre sobrevaluada homeopatía en secciones de medicina, libros de Carl Sagan en áreas dedicadas a la Ciencia Ficción (y no hablo de su novela Contacto), y pasquines donde un señor cuenta como hacerse millonario en dos semanas, dispuestos flamantemente a la entrada del local y señalados como lectura obligada de cualquier ejecutivo exitoso, mientras es usted quien engrosa la cuenta del pretendido experto comprando el sospechoso folleto, que más bien pareciera ser un claro ejemplo del método pseudocientífico propuesto por un servidor en la entrada anterior.
Las aterradoras estructuraciones de las librerías contemporáneas, son lamentablemente apuntaladas por la deplorable atención brindada por los empleados, que lejos de poseer un conocimiento básico sobre lo que tratan cada uno de los textos, o al menos los más importantes, son autómatas que responden a consultas sobre autores o títulos con búsquedas en su sistema de inventarios o abominables preguntas como “¿ese señor Hawkins tiene algún otro libro que usted sepa?”. Lo anterior está aunado a enredos conceptuales imperdonables que podrían causar graves problemas a lectores jóvenes, pues un chico buscando un sencillo libro que trate a un nivel básico de astronomía o dinosaurios, puede salir con un ejemplar de cualquier propuesta de ficción infantil “Best Seller” del momento, dada la sugerencia desquiciada del adoctrinado vendedor, aun cuanto no le aporte ni una pizca de hechos a su criterio en formación.
Imagine usted que el dependiente de una farmacia le diese un laxante indicando que tendrá efectos equivalentes a un analgésico, o que le recomendase una hierba que cura la conjuntivitis y el pie de atleta al mismo tiempo, según la aseveración de su tía Yeya… ¿no cree usted que estaría ante la aterradora estampa de la ineptitud hecha carne?.
Pues bien, así están las cosas respecto a los nunca bien ponderados libros, que en la antigüedad fueron considerados documentos invaluables en lugares como la Biblioteca de Alejandría, pero que hoy, en las librerías modernas, donde una cartilla que sugiera que nuestros problemas de salud se pueden resolver con tres poses de Yoga, o un panfleto que proponga que la “alquimia” es una variante de la química, reposan junto a El Origen de las Especies en la sección de Ciencias Naturales, los verdaderos libros son ignorados, a menos de que se trate del último tratado de algún gurú de la autoayuda que esté en un pedestal a la entrada y venda mucho.
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